martes, 23 de septiembre de 2008

Configurando el metrónomo maestro


El último recuerdo de aquella época fue en primer lugar, el sonido de la piedra en duro fregamiento para obtener la chispa inicial (creyó presentir una herencia genética de aquellos seres, que milenios atrás, obtenían del fuego la ignición viajante); Por otro lado, la densa columna gris que hizo de su garganta una caldera brumosa. Todo lo demás lo transmitió su rostro en incontables configuraciones simbólicas.

Las autopistas que sistematizan el entramado nervioso suelen tener vertientes cerradas al tránsito, o valladas por peajes que no todos están dispuestos tributar. En este contexto, su red se convirtió en la vía rápida para el convoy de pulsos que hidrataban la estructura de su mente. Ésta marea trajo consigo sensaciones de vasto calibre, compuestas por imágenes de colores nuevos y sonidos en frecuencias vibratorias inéditas para su experiencia previa, lo que ameritó un grave ejercicio de aprendizaje para poder concursar tamaño acontecimiento.

En algún momento indeterminado se produjo el primer quiebre de la realidad. Por un instante retomó el carril anterior, atendiendo a la estimulación audiovisual que otro compañero y yo ejercíamos sobre él. Luego, con la misma progresión que observa la arena del reloj para desplazarse del compartimiento superior, al de más abajo, retomó la nueva ruta.

Entendió una cosa: Desde el momento que creía haber visto la primera chispa, hasta el presente, sentía haber transcurrido algo más de diez minutos, sin embargo el reloj que había alcanzado a ver durante el regreso solo marcaba cinco. En principio ésta diferencia lo mantuvo sin cuidado, entregándose a la actividad original de comprender y armar la nueva realidad.

Fue posible en este lugar practicar la mirada total del universo, saltando de una visión conocida del planeta tierra (en el cual él mismo nunca pudo hallarse), al seguimiento de un cometa, o la analogía entre la superficie de un agujero negro y los recuerdos de su existencia pasada. El reconocimiento de nuevas especies lo llevó a compararse, pero eso se había vuelto difícil. Él ya no tenía un cuerpo, solo estaba constituido por su conocimiento a través de la experiencia, único factor que le daba entidad. También algunos recuerdos que le permitían sentir la novedad, extrañarse.

Recordó la última sensación con respecto al reloj, y desde allí comenzó a investigar el transcurso del tiempo en el espacio infinito. Observó intrigado la falta de su medición en todas las culturas reconocidas durante sus viajes, y lentamente (adjetivo que solo se constituye en la realidad del lector) fue olvidando el devenir, instalándose en un albergue permeable a todo, menos a la nostalgia.

No solo había desdoblado el tiempo, superando la inexorabilidad de su transcurso. Dominaba la operación que, ejercida reiteradamente, podía asegurar la eternidad a través del infinito. En ese punto, el tiempo se volvió carente de sentido al no encontrar relatividad que le de razón de ser, por lo que desertó de su influencia en un instante de fricción estentórea que sacudió el universo. Luego se ausentó para siempre.

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